25 de octubre de 2024
HIJOS DE LA PALMA
Texto y fotografías de Karen Cortés
A tres horas de Bogotá, en Chaguaní (Cundinamarca), hay una reserva escondida de palma de cera. Una historia sobre la relación entre ella, la evolución de su uso, y los campesinos con quienes comparte hábitat.
A tres horas de Bogotá, en Chaguaní (Cundinamarca), hay una reserva escondida de palma de cera. Una historia sobre la relación entre ella, la evolución de su uso, y los campesinos con quienes comparte hábitat.
En la vereda Montefrío, a 1800 msnm, se esconden entre bosque andino miles de ejemplares de Ceroxylon alpinum, una especie de palma nativa de Colombia que está en peligro de extinción. En estas montañas que intentan no cederle más terreno a la ganadería y a los cultivos, su preservación transita entre una parca presencia institucional, un esfuerzo comunitario por sembrar nuevas palmas, y un incipiente proyecto comunitario de ecoturismo.
Por generaciones, los chaguaniceños le han dado diferentes usos a la palma de cera y se han adaptado a las reglamentaciones que ha definido el Estado para protegerlas. Hace más de cien años, el polvillo raspado de sus tallos se utilizaba para producir cera y hacer velas; luego, durante el siglo XX, las enormes hojas de las palmas se comercializaron para hacer ramos destinados a las celebraciones de Semana Santa, tradición que motivó la siembra de esta especie en Montefrío.
Pero en 1985, la explotación de la palma de cera fue prohibida. La ley buscó especialmente salvar de la extinción a la palma de cera del Quindío, Ceroxylon quindiuense, declarada símbolo patrio también en 1985, y esto cobijó a varias de las especies de Ceroxylon, incluida la C. alpinum. Como ya no tenía valor material, los pobladores de Chaguaní dejaron de cortarla, pero también de sembrarla, con lo que la palma quedó a la deriva.
En la vereda Montefrío, a 1800 msnm, se esconden entre bosque andino miles de ejemplares de Ceroxylon alpinum, una especie de palma nativa de Colombia que está en peligro de extinción. En estas montañas que intentan no cederle más terreno a la ganadería y a los cultivos, su preservación transita entre una parca presencia institucional, un esfuerzo comunitario por sembrar nuevas palmas, y un incipiente proyecto comunitario de ecoturismo.
Por generaciones, los chaguaniceños le han dado diferentes usos a la palma de cera y se han adaptado a las reglamentaciones que ha definido el Estado para protegerlas. Hace más de cien años, el polvillo raspado de sus tallos se utilizaba para producir cera y hacer velas; luego, durante el siglo XX, las enormes hojas de las palmas se comercializaron para hacer ramos destinados a las celebraciones de Semana Santa, tradición que motivó la siembra de esta especie en Montefrío.
Pero en 1985, la explotación de la palma de cera fue prohibida. La ley buscó especialmente salvar de la extinción a la palma de cera del Quindío, Ceroxylon quindiuense, declarada símbolo patrio también en 1985, y esto cobijó a varias de las especies de Ceroxylon, incluida la C. alpinum. Como ya no tenía valor material, los pobladores de Chaguaní dejaron de cortarla, pero también de sembrarla, con lo que la palma quedó a la deriva.
Prohibido trepar
Prohibido trepar
Ernesto Rubio, un hombre de 90 años, cara alargada, nariz bulbosa y ojos hundidos, es uno de los pocos que hoy sigue sembrando palma de cera. Su casa, pintada de color naranja y blanco, tiene un jardín de orquídeas, petunias, novios rojos, y una imponente palma de más de doce metros de altura. Él tiene discrepancias con la ley:
“¿Cómo íbamos a destruir la palma sabiendo que nos generaba ingresos?, ¿por qué no tengo derecho a cortarle un cogollo y llevarlo a la iglesia si la palma la sembré yo? Después de la prohibición ya nadie quiso sembrarlas; prefirieron utilizar el terreno para hortalizas. Aunque también agradezco ese impedimento, porque era un riesgo subirse a los tallos”.
Ernesto Rubio, un hombre de 90 años, cara alargada, nariz bulbosa y ojos hundidos, es uno de los pocos que hoy sigue sembrando palma de cera. Su casa, pintada de color naranja y blanco, tiene un jardín de orquídeas, petunias, novios rojos, y una imponente palma de más de doce metros de altura. Él tiene discrepancias con la ley:
“¿Cómo íbamos a destruir la palma sabiendo que nos generaba ingresos?, ¿por qué no tengo derecho a cortarle un cogollo y llevarlo a la iglesia si la palma la sembré yo? Después de la prohibición ya nadie quiso sembrarlas; prefirieron utilizar el terreno para hortalizas. Aunque también agradezco ese impedimento, porque era un riesgo subirse a los tallos”.
Ernesto Rubio.
El señor Ernesto recuerda que cuando era niño las palmas crecían firmes por el bosque húmedo entre las montañas. Y en tiempos previos a la Semana Santa observaba cómo por el camino que conduce de Montefrío (Chaguaní) a la vereda Manillas (Vianí), bajaban a lomo de burro hojas de palma con destino a Bogotá. A la Plaza España y luego a Corabastos llegaban también cargas de otras especies de palma provenientes de distintas partes del país, como Ceroxylon, C. vogelianum, C. quindiuense, C. alpinum, todas hoy en peligro de extinción.
Cuando tuvo edad para trabajar, decidió involucrarse junto con su hermano mayor en el negocio. Para ello necesitaban el permiso de los propietarios del área donde crecía la palma, en este caso, los dueños de la hacienda ‘La Grecia’. Entonces, en compañía de otros osados campesinos, ascendían por la montaña boscosa en busca de las mejores palmas y, usando rústicas escaleras de guadua, se ayudaban para trepar aquellos troncos de hasta dieciocho metros de altura.
Don Ernesto cuenta que por cada ‘camionetada’ que cargaban les quedaban cien pesos libres, lo que hoy equivaldría a un millón de pesos, que invertían en mercado, ropa y herramientas. Para los habitantes de Chaguaní comercializar los cogollos de la palma de cera representaba un ingreso adicional al que les generaba la ganadería y sus cultivos de caña y de café. La apreciaban por su valor comercial, lo que incentivaba su siembra y protección. Así fue como, durante cincuenta años, don Ernesto la sembró y la cultivó hasta que la prohibición se lo impidió.
“Empezaron poco a poco, «este año ya no le damos permiso porque ustedes están destruyendo las palmas». Mandaban funcionarios de CAR (Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca) y yo les decía: «¿Qué las estamos destruyendo? ¿Cómo llegan entonces a alcanzar 15 metros de altura?”, recuerda.
El señor Ernesto recuerda que cuando era niño las palmas crecían firmes por el bosque húmedo entre las montañas. Y en tiempos previos a la Semana Santa observaba cómo por el camino que conduce de Montefrío (Chaguaní) a la vereda Manillas (Vianí), bajaban a lomo de burro hojas de palma con destino a Bogotá. A la Plaza España y luego a Corabastos llegaban también cargas de otras especies de palma provenientes de distintas partes del país, como Ceroxylon, C. vogelianum, C. quindiuense, C. alpinum, todas hoy en peligro de extinción.
Cuando tuvo edad para trabajar, decidió involucrarse junto con su hermano mayor en el negocio. Para ello necesitaban el permiso de los propietarios del área donde crecía la palma, en este caso, los dueños de la hacienda ‘La Grecia’. Entonces, en compañía de otros osados campesinos, ascendían por la montaña boscosa en busca de las mejores palmas y, usando rústicas escaleras de guadua, se ayudaban para trepar aquellos troncos de hasta dieciocho metros de altura.
Don Ernesto cuenta que por cada ‘camionetada’ que cargaban les quedaban cien pesos libres, lo que hoy equivaldría a un millón de pesos, que invertían en mercado, ropa y herramientas. Para los habitantes de Chaguaní comercializar los cogollos de la palma de cera representaba un ingreso adicional al que les generaba la ganadería y sus cultivos de caña y de café. La apreciaban por su valor comercial, lo que incentivaba su siembra y protección. Así fue como, durante cincuenta años, don Ernesto la sembró y la cultivó hasta que la prohibición se lo impidió.
“Empezaron poco a poco, «este año ya no le damos permiso porque ustedes están destruyendo las palmas». Mandaban funcionarios de CAR (Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca) y yo les decía: «¿Qué las estamos destruyendo? ¿Cómo llegan entonces a alcanzar 15 metros de altura?”, recuerda.
Para preservar la población de palma, los campesinos tenían dos reglas: primera, que tuviera por lo menos dos metros de altura antes de ser explotada, y, segunda, dejarle suficientes hojas de retoño. Así lo hicieron por décadas y hasta la fecha no hay un estudio concreto sobre el impacto de la comercialización de las hojas de palma en Montefrío.
Por otro lado, sí hay investigaciones en otras zonas de Colombia sobre el riesgo que implica para la Ceroxylon alpinum que le arranquen periódicamente las hojas. María José Sanín, PhD en Ciencias Biológicas y profesora e investigadora de las palmas neotropicales, explica: “No es que la palma muera instantáneamente, como se puede creer. Al ser cosechada para cada Semana Santa, la hoja pierde vitalidad y capacidad de hacer fotosíntesis porque no reemplaza sus hojas viejas con nuevas. Entonces, la palma eventualmente muere por agotamiento”.
Para preservar la población de palma, los campesinos tenían dos reglas: primera, que tuviera por lo menos dos metros de altura antes de ser explotada, y, segunda, dejarle suficientes hojas de retoño. Así lo hicieron por décadas y hasta la fecha no hay un estudio concreto sobre el impacto de la comercialización de las hojas de palma en Montefrío.
Por otro lado, sí hay investigaciones en otras zonas de Colombia sobre el riesgo que implica para la Ceroxylon alpinum que le arranquen periódicamente las hojas. María José Sanín, PhD en Ciencias Biológicas y profesora e investigadora de las palmas neotropicales, explica: “No es que la palma muera instantáneamente, como se puede creer. Al ser cosechada para cada Semana Santa, la hoja pierde vitalidad y capacidad de hacer fotosíntesis porque no reemplaza sus hojas viejas con nuevas. Entonces, la palma eventualmente muere por agotamiento”.
Camino a la reserva
Camino a la reserva
Los vecinos de Chaguaní se refieren a ella simplemente como ‘la reserva de palma’. Actualmente no está oficialmente declarada como tal; es decir, no se encuentra dentro del Registro Único Nacional de Áreas Protegidas (RUNAP).
De acuerdo con la alcaldía de Chaguaní, esta zona corresponde a un predio llamado Andalucía, adquirido “bajo un esquema de protección” en un 80% por la Gobernación de Cundinamarca y en un 20% por el municipio. Esta área forestal de alrededor de 130 mil metros cuadrados está rodeada por fincas como la de Yamid Prieto y su familia. Aunque no hay una organización establecida entre los propietarios de dichas fincas, sí existe un interés común por preservarla ya no por su valor comercial, hoy casi nulo, sino por su potencial turístico.
Desde la finca de Yamid se abre camino una trocha que conduce a uno de los mejores puntos de observación de las palmas. Por un primer tramo rodeado de helechos ya se alcanzan a ver ejemplares de hasta de cuatro metros de altura cuyas hojas mecidas por el viento emiten sonidos de lluvia. Con una inclinación cada vez más pronunciada, el trayecto avanza entre pastizales y se va convirtiendo en un camino estrecho e irregular, salpicado con hojas de palma caídas. Mientras las hace a un lado, Yamid comenta que este camino fue usado hace más de medio siglo para salir a Villeta–Guaduas y mucho antes conectaba con el camino real que venía de Honda para llegar a Facatativá.
Los vecinos de Chaguaní se refieren a ella simplemente como ‘la reserva de palma’. Actualmente no está oficialmente declarada como tal; es decir, no se encuentra dentro del Registro Único Nacional de Áreas Protegidas (RUNAP).
De acuerdo con la alcaldía de Chaguaní, esta zona corresponde a un predio llamado Andalucía, adquirido “bajo un esquema de protección” en un 80% por la Gobernación de Cundinamarca y en un 20% por el municipio. Esta área forestal de alrededor de 130 mil metros cuadrados está rodeada por fincas como la de Yamid Prieto y su familia. Aunque no hay una organización establecida entre los propietarios de dichas fincas, sí existe un interés común por preservarla ya no por su valor comercial, hoy casi nulo, sino por su potencial turístico.
Desde la finca de Yamid se abre camino una trocha que conduce a uno de los mejores puntos de observación de las palmas. Por un primer tramo rodeado de helechos ya se alcanzan a ver ejemplares de hasta de cuatro metros de altura cuyas hojas mecidas por el viento emiten sonidos de lluvia. Con una inclinación cada vez más pronunciada, el trayecto avanza entre pastizales y se va convirtiendo en un camino estrecho e irregular, salpicado con hojas de palma caídas. Mientras las hace a un lado, Yamid comenta que este camino fue usado hace más de medio siglo para salir a Villeta–Guaduas y mucho antes conectaba con el camino real que venía de Honda para llegar a Facatativá.
Continuando el recorrido, cruzamos algunas cercas de alambre de púas, un riachuelo de fino caudal y una vieja puerta de corral adornada con el cráneo de un bovino. La vegetación se hace más densa y se vislumbra un cielo gris a punto de romperse en agua. Entre heliconias, se escucha la vocalización de tucanes, carpinteros reales, guacharacas y carriquís pechiblancos, y, de vez en cuando, nos topamos con ‘el compadre Pedro Hernández’, un árbol al que los campesinos le tienen respeto, pues si uno se le acerca mucho puede provocar alergias severas. “El compadre puede dejar en cama por cinco días y hasta puede producir ampollas, pero si se le pide permiso para pasar, entonces puede que no le haga nada”, comenta Yamid.
Al cabo de 40 minutos de ascenso, nos topamos con una cerca que demarca la entrada a ‘La reserva’. Una vez se cruza al otro lado, la luz se torna escasa y nos adentramos ahora por entre un bosque pino romerón que cubre el cielo. Empieza a llover, pero la espesura de las copas solo permite que un par de gotas caigan sobre nuestras cabezas. Superado este parche de pinos, la diversidad de vegetación aumenta y Yamid empieza a abrir camino con machete. Aquí no existe otra brújula que el mapa mental de este hombre de 40 años.
Continuando el recorrido, cruzamos algunas cercas de alambre de púas, un riachuelo de fino caudal y una vieja puerta de corral adornada con el cráneo de un bovino. La vegetación se hace más densa y se vislumbra un cielo gris a punto de romperse en agua. Entre heliconias, se escucha la vocalización de tucanes, carpinteros reales, guacharacas y carriquís pechiblancos, y, de vez en cuando, nos topamos con ‘el compadre Pedro Hernández’, un árbol al que los campesinos le tienen respeto, pues si uno se le acerca mucho puede provocar alergias severas. “El compadre puede dejar en cama por cinco días y hasta puede producir ampollas, pero si se le pide permiso para pasar, entonces puede que no le haga nada”, comenta Yamid.
Al cabo de 40 minutos de ascenso, nos topamos con una cerca que demarca la entrada a ‘La reserva’. Una vez se cruza al otro lado, la luz se torna escasa y nos adentramos ahora por entre un bosque pino romerón que cubre el cielo. Empieza a llover, pero la espesura de las copas solo permite que un par de gotas caigan sobre nuestras cabezas. Superado este parche de pinos, la diversidad de vegetación aumenta y Yamid empieza a abrir camino con machete. Aquí no existe otra brújula que el mapa mental de este hombre de 40 años.
Hay quienes se han perdido en lo espeso del monte y los habitantes de las fincas de los alrededores han tenido que socorrerlos al escuchar sus gritos de auxilio. Yamid, quien se ha convertido en un guía y promotor de la reserva, insiste en la necesidad de que quienes visiten el lugar, se comuniquen previamente con los residentes para evitar contratiempos. “Turismo sí, pero con cultura”, afirma. Para visitar la reserva, es indispensable subir con guía.
Hay quienes se han perdido en lo espeso del monte y los habitantes de las fincas de los alrededores han tenido que socorrerlos al escuchar sus gritos de auxilio. Yamid, quien se ha convertido en un guía y promotor de la reserva, insiste en la necesidad de que quienes visiten el lugar, se comuniquen previamente con los residentes para evitar contratiempos. “Turismo sí, pero con cultura”, afirma. Para visitar la reserva, es indispensable subir con guía.
Yamid Prieto.
El semillero
El semillero
Entre las veredas de Montefrío y Llanadas está concentrada la mayor cantidad de palmas, unas cinco mil, fruto de un trabajo comunitario. Durante décadas, los pobladores han hecho jornadas de siembra en las que participan niños, jóvenes y adultos. Tanto en Montefrío como en Llanadas se han realizado jornadas de reforestación para conservar la palma de cera e incentivar el interés por su conservación en las nuevas generaciones.
Otro de los líderes locales de la protección y reforestación con palma de Llanadas es Fredy Muñoz, oriundo del departamento de Antioquia, quien llegó a Chaguaní hace 22 años y quedó fascinado con la palma de cera: “Los antiguos pobladores habían sembrado 700 palmas. Eso me animó mucho, por lo que levantamos unos semilleros de palma y ya hemos sembrado cerca de dos mil por las carreteras, las fincas y los linderos”.
Entre las veredas de Montefrío y Llanadas está concentrada la mayor cantidad de palmas, unas cinco mil, fruto de un trabajo comunitario. Durante décadas, los pobladores han hecho jornadas de siembra en las que participan niños, jóvenes y adultos. Tanto en Montefrío como en Llanadas se han realizado jornadas de reforestación para conservar la palma de cera e incentivar el interés por su conservación en las nuevas generaciones.
Otro de los líderes locales de la protección y reforestación con palma de Llanadas es Fredy Muñoz, oriundo del departamento de Antioquia, quien llegó a Chaguaní hace 22 años y quedó fascinado con la palma de cera: “Los antiguos pobladores habían sembrado 700 palmas. Eso me animó mucho, por lo que levantamos unos semilleros de palma y ya hemos sembrado cerca de dos mil por las carreteras, las fincas y los linderos”.
Las semillas que él recoge para su vivero necesitan seis meses para germinar y dos años más de lento crecimiento antes de poder ser trasplantadas. Todas las especies de palmas de cera requieren no solo tiempo sino ciertas condiciones para fortalecerse y alcanzar grandes alturas. Lo más importante es la conservación del bosque, su hábitat natural, pues la supervivencia de las plántulas y palmas jóvenes es escasa en potreros.
La creación del área forestal en Chaguaní permite esa preservación en el tiempo. De hecho, hoy ya se le considera como una de las mejores áreas conservadas de Ceroxylon alpinum del país. Sin embargo, los predios aledaños solamente mantienen la palma en potreros, lo que dificulta el relevo generacional.
Las semillas que él recoge para su vivero necesitan seis meses para germinar y dos años más de lento crecimiento antes de poder ser trasplantadas. Todas las especies de palmas de cera requieren no solo tiempo sino ciertas condiciones para fortalecerse y alcanzar grandes alturas. Lo más importante es la conservación del bosque, su hábitat natural, pues la supervivencia de las plántulas y palmas jóvenes es escasa en potreros.
La creación del área forestal en Chaguaní permite esa preservación en el tiempo. De hecho, hoy ya se le considera como una de las mejores áreas conservadas de Ceroxylon alpinum del país. Sin embargo, los predios aledaños solamente mantienen la palma en potreros, lo que dificulta el relevo generacional.
La visión a futuro
La visión a futuro
Al cabo de una hora de recorrido, Fredy y Yamid deciden cruzar a un predio privado de potreros despejados, donde hay alrededor de 1200 ejemplares de palmas de cera. Allí se pueden apreciar sus tallos de hasta 30 centímetros de diámetro, sus hojas verde oliva y sus pinnas colgantes que, a diferencia de otras especies, como la Ceroxylon quindiuense, propia del Valle del Cocora en Quindío, es delgada, más verde que plateada y con un mayor número de hojas en la corona.
Mientras suben la última pendiente que queda para llegar al filo del cerro, Yamid reflexiona sobre la conservación y el proyecto turístico: «Es un contraste antinatural, es antiecológico que usted corte bosque para poder observar la palma de cera, aunque se vea bonito”.
Al cabo de una hora de recorrido, Fredy y Yamid deciden cruzar a un predio privado de potreros despejados, donde hay alrededor de 1200 ejemplares de palmas de cera. Allí se pueden apreciar sus tallos de hasta 30 centímetros de diámetro, sus hojas verde oliva y sus pinnas colgantes que, a diferencia de otras especies, como la Ceroxylon quindiuense, propia del Valle del Cocora en Quindío, es delgada, más verde que plateada y con un mayor número de hojas en la corona.
Mientras suben la última pendiente que queda para llegar al filo del cerro, Yamid reflexiona sobre la conservación y el proyecto turístico: «Es un contraste antinatural, es antiecológico que usted corte bosque para poder observar la palma de cera, aunque se vea bonito”.
Fredy Muñoz.
El sueño de Fredy y otros campesinos es la consolidación de un sendero ecológico que conecte las palmas de las dos veredas. Por eso construyeron los semilleros y por eso continúan sembrándola. “Me gustaría que dentro de unos años esta vereda pudiera vivir de otras cosas además del café y del plátano. Que tengamos veinte mil palmas, que la gente apreciara de verdad toda esta riqueza que tenemos”, concluye.
Ya en el filo del cerro, Yamid y Fredy esperan con paciencia a que la niebla se despeje. Cuando la llovizna cesa y el manto blanco se dispersa, hace su aparición una sublime población de palma de cera, definiendo el paisaje en medio de colinas y fincas de campesinos, cuya identidad y tradición dependen de su existencia.
El sueño de Fredy y otros campesinos es la consolidación de un sendero ecológico que conecte las palmas de las dos veredas. Por eso construyeron los semilleros y por eso continúan sembrándola. “Me gustaría que dentro de unos años esta vereda pudiera vivir de otras cosas además del café y del plátano. Que tengamos veinte mil palmas, que la gente apreciara de verdad toda esta riqueza que tenemos”, concluye.
Ya en el filo del cerro, Yamid y Fredy esperan con paciencia a que la niebla se despeje. Cuando la llovizna cesa y el manto blanco se dispersa, hace su aparición una sublime población de palma de cera, definiendo el paisaje en medio de colinas y fincas de campesinos, cuya identidad y tradición dependen de su existencia.
Compártelo:
Que lindo homenaje a la palma de cera, gracias por permitirnos conocer un poco más de nuestro árbol nacional en tierras cundinamarquesas.
Que Gran artículo ✨ Un proceso de investigación detallado y el acompañamiento de la comunidad es maravilloso. Tomar conciencia es nuestra tarea.
Muy buenos días. Es un orgullo patrio,encontrar tan interesante artículo sobre la Palma de Cera en chaguani Cundinamarca. Felicitaciones al escritor don Ernesto Rubio un personaje culto y líder de la comunidad de la vereda Monte Frío Alto. Siempre hemos soñado con un sendero ecológico y lo hemos propuesto muchas veces en el.plan de desarrollo municipal.Es un verdadero tesoro ecológico Las palmas de cera en chaguani.
Felicitaciones por tan buena labor…Excelente trabajo y motivador.